Yo, como principio, estoy en contra de la tortura. Digamos que podría estar a favor de uno que otro fusilamiento en nombre de la Revolución, jamás descartaría la lucha armada y disfruto los días de barricada. Pero la tortura, no.
Tampoco digamos que me gusta el masoquismo. Como Señorita nunca he experimentado experiencias cercanas a él, pero por transitividad creo que no necesito experimentarlo, así como no necesito hacer colisionar protones para saber (o imaginar) lo que puede ocurrir.
Y eso es lo que me sucede con la depilación -en particular- del bigote. Las pinzas, la cera, lo que sea: todo se configura como un método de tortura al que hasta la más osada feminista se somete. Por eso siempre uso el filtro capilar para medir el real compromiso de las mujeres con su liberación: la depilación perfecta las delata; apuesto que se depilan hasta los cachetes del orto (si me permiten la expresión, mis Señoritas).
La depilación es peor que Dios; es parte de la ideología, no ha muerto. LA DEPILACIÓN IS NOT DEAD.
Y la verdad es que manda a la mierda toda lógica: la depilación (en particular del bigote) duele, y mucho. Trauma, porque la cara es sensible, pero no he conocido a nadie que se niegue a sentir ese dolor "deliberado" que muchas veces es inferido por sí misma.
Estamos contra el femicidio, pero nadie ha nombrado los pequeños suicidios que nos obligan a cometer en nombre de la depilación: nadie tiene que meter su mano en nuestro cosmetiquero: ya lo han hecho en nuestras frágiles mentes de niña.
Yo creo que hay más violencia en tener que depilarse el bigote que en prestar el chico. Digo, porque al menos en este último momento una sospecha algo, más que sea.